Los pequeños niños limpiaparabrisas ejercían su servicio —a veces molesto para muchos— sin darnos opciones de segura queja o insulto a favor de una simple monedita.
Yo fui uno de los implicados; aquí va mi descargo.
El deseo de seguir este relato —y pido disculpas al que atienda esta situación , me inhibe de contarles en detalle mi seguro e imbécil llamado de atención a los niños...
Al medio día y en medio de mis tareas, comí frugalmente en el querido bar de San Jerónimo y Boulevard Pellegrini.
En la mesa vecina, el niño en cuestión contaba tal vez sus efímeras monedas.
La moza en forma poco cortés lo increpó, casi, a quien a pesar de sus años y dignidad hubiera merecido mejor trato.
“¿Cuánto cuesta una milanesa con muuuuchas papas fritas?” —preguntó el niño—.
“-$4,50 -contestó con algo de mal humor la tal vez ajetreada jovencita-.
El niño lentamente volvió a contar sus monedas. La moza se alejó... se la notaba contrariada.
Al rato volvió y el niño le preguntó ¿Y cuánto cuesta la milanesa sola?
“-$4” -contestó la ya ofuscada joven-.
“-Traeme entonces la milanesa sola” —dijo el niño, que apenas llegaba a apoyar sus brazos sobre la mesa.
Yo no podía casi ni tragar lo que había pedido para mí, acordándome de mi ofuscamiento con él cuando invadió mi parabrisas y además su renuncia repentina a las tan seguramente ansiadas papas fritas.
El niño, mientras esperaba que le trajeran su digno pero incompleto pedido: ¡¡¡milanesas pero sin papas fritas!!!, se secaba y alisaba su cabello mojado por la pertinaz llovizna de estos días de junio.
Comió todo lo suyo: con apetito, con inocencia, con dignidad, y tal vez con la alegría que congratula el
ganarse su sustento que además era sólo pero prepotentemente suyo.
Yo, que creo también ganarme dignamente lo que me sustenta, no pude comer prácticamente nada, pensando en ese niño al cual empecé a querer...
El terminó su ingesta, volvió a recontar su atesorado montoncito de monedas y las apiló ordenaditas sobre la mesa; partió raudamente a su trabajo de aprovechar la parada de los coches en las esquinas..., lo vi cruzar y me pareció ver en él a un hombre hecho con todo y de espaldas anchas y responsables, y totalmente convencido de su ajetreada autogestión.
La moza, al verlo partir súbitamente, vino presurosa a ver la casi segura jugarreta y fraude...
Contó rápidamente las monedas, notó que casi temblando yo la miraba y por supuesto sin entender ella nada, me comentó:
¡¡¡Además de mojar toda la silla, se equivocó y me dejó $4,50 como si la milanesa la hubiera comido con papas fritas!!!
Ella fue tan necia... y yo tan soberbio y miserable... y el niño ¡¡¡tan digno, renunció a sus papas fritas para dejarle la tan consabida propina, tal vez tan parecida a propina y sopapo... tan apropiados para el caso.
Yo creo que al pagar lo mío y mal comido me encogí un poco dentro de mi vestimenta.
Sr. Gobernador; Sr. Intendente o Sr. Rector ¡¡¡Colguemos de los cuatro semáforos de 9 de Julio y San Jerónimo, milanesas, zapatillas secas, caramelos, libros, muchos libros, y que los semáforos siempre estén en rojo!!!. Para que mi vergüenza tenga que ver con los desvalidos y esa lección que sólo un niño y pobre me supo... ¿regalar? nos quite tanta vanidad a tantos.
Además, y en voz baja, creo que algo en mi ha cambiado cuando veo un semáforo...
¿O es que en esta, mi patria pobre, semáforos y niños son... simplemente socios?
Nolo Rodríguez, abril 2004
(La imágen de la milanesa en forma de mapa de Argentina fue tomada del blog http://blogento.blogspot.com/)
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