viernes, 10 de julio de 2009

Pensar el futuro hoy


“La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas,
con distintos actores y con diferencias locales”.
(El simulacro - J. L. Borges)


Proteger, educar, permitir, producir y prosperar. Tareas eminentemente prácticas cuyo orden de prioridad es, hoy más que nunca, un enigma digno de esfinges griegas. El estruendoso fracaso en las políticas de seguridad, cuyos resultados escasos nos acometen a diario en nuestras vidas de vecinos, nos ha instalado por la fuerza en una eterna preocupación por el presente, por el intento de resistencia a salvo del día a día. ¿Cómo imaginar un futuro en un contexto de ciudad con una deuda social alarmante que nos sume en la instantaneidad del miedo? En esta dicotomía de la incertidumbre por el instante y el abandono de la reflexión por el mañana: ¿Cuál es la relación del Estado con la creación del porvenir?


Cabría citar algunos hitos significativos y actuales que ubican a la ciudad de Santa Fe en una encrucijada institucional, de nivel político y social, que hacen asomar el replanteo sobre el rol del Estado en relación con el mañana. A nivel nacional, la reforma educativa, con la ley que promueve la obligatoriedad de la enseñanza secundaria. Por otro lado, la situación local en que vive una amplia franja de población joven, sumado al divorcio estructural entre sistema educativo, sistema productivo y políticas de prevención en seguridad. Todas estas directrices, entrecruzadas, ameritan reflexionar en conjunto, acerca de las posibilidades concretas del abordaje público de los sectores jóvenes, cuya inclusión en el sistema educativo debe resolverse.


El Estado es lo que hace, es decir, se define a partir de su rol, asumiendo selectivamente la inclusión de ciertos temas que constituyen su agenda. En educación, lo que el Estado hace son -entre otros milagros- ciudadanos trabajadores. Así, el poder no sólo reprime al individuo, sino que simultáneamente, lo re-produce según un tipo de subjetividad, la cual es signada por su época. Ahora bien, en el horizonte de la franja de la población joven que las estadísticas califican como “fuera del sistema”, puede afirmarse que dentro del bagaje de la pobreza y la exclusión asoman por lo menos tres de los más terribles males, en una especie de condensación dantesca: la deserción escolar, las adicciones, el desempleo. Son cientos de miles los jóvenes que en nuestra ciudad se despiertan cada día ante la insoportable evidencia de que sus días no tienen sentido ni dirección. El problema de nuestra sociedad santafesina estriba, acaso, en que es realmente ínfimo el tránsito desde “no hacer nada de nada y no pensar en nada” hasta el “hacer cualquier cosa sin pagar consecuencias”.


La inseguridad sin dudas acarrea un abanico de horrores, desde su epidérmica sensación hasta las muertes que ocasiona. Pero entre sus males induce a un abandono fundamental del pensamiento reflexivo. Y este constituye un mal de la ética ciudadana y política: el abandono del cultivo de esquemas de pensamiento transidos de contenidos comprometidos con una transformación gradual de la realidad. Este abandono no es de derecha ni de izquierda ni de centro: supone la anulación del compromiso de una generación para con la realidad que deberá vivir la próxima, como herencia. Este es precisamente el hilo ético del sentido de la historia política y social, que expresaban, sin saberlo quizás, nuestros abuelos cuando ahorraban en ladrillos y atesoraban bibliotecas. Pero hemos dejado de soñar, como sociedad, con un mundo mejor. Aquejados por la urgencia y lo incierto de no poder escondernos más en ningún punto de nuestras ciudades: como una herida abierta, en medio del camino entre el country y el shopping, todo santafesino debe detenerse en el mismo semáforo donde el trabajo infantil y la mendicidad campean.


Nos hemos desmovilizado y hemos despoblado los sueños de anhelos colectivos. En política, este vuelco a la banquina de la trivialidad no es nueva ni inocente. Se ejerció con anterioridad, al compás de la pizza con champagne y de los viajes a Miami en cuotas. Esta intrascendencia, no es puramente ideal o literaria, es práctica, pues el abandono de la planificación sume a las sociedades en la vaguedad del consumo y en formas fallidas de organizaciones cada vez más alejadas de sus tareas reales. Determina formas de gestionar el Estado que más bien han sido la promoción sistemática de su desguace, alentando la desinversión de recursos sociales y humanos. Determina también que las encuestas sean la política misma, desdeñando los contenidos partidarios y su militancia.


Cabría sincerarse: la pobreza es un mal. Es el efecto agresivo de una acción visible o sublimada de un alguien sobre otro alguien. Por eso, en política, la anemia y el silencio estúpido de contenidos son imperdonables, pues los representantes son esencialmente individuos que trabajan a costa del pueblo para dar respuestas creíbles y viables. La construcción gradual de una ciudad nos dice la implicancia de que el futuro no adviene por generación espontánea. ¿En qué medida hay lugar para la acción de un municipio, como motor de inclusión laboral por medio de la educación, en un horizonte de ciudad próspera?


El desafío es traducir las categorías del progreso en clave local, tornándolas eficientes, actuantes. La construcción de una educación obligatoria, nacional y provincial, insume la unificación de acciones y recursos locales orientados a garantizar los procesos de ingreso, continuidad y egreso, entramados con una visión del perfil de desarrollo productivo local que se incorpore gradualmente a los contenidos transmitidos en el sistema educativo. Este esfuerzo de traducción entre el lenguaje de lo productivo y lo educativo, pide relacionar la educación, con los procesos que hacen a la identidad empresaria local, especialmente en sus íconos principales: el puerto como norte, las áreas industriales, el cordón fruti-hortícola y su potencial para generar empleo, los centros comerciales a cielo abierto apoyados no sólo por la inversión en infraestructura, sino también con la lucha contra toda forma de ilegalidad comercial, deslealtad y contrabando, la innovación del polo tecnológico y académico, la orientación de las puertas de la ciudad de cara al mundo del comercio internacional, el enlace de sectores desocupados de los conurbanos con microeconomías regionales agricultoras y ganaderas, genuinos equilibradores demográficos-demológicos para la migración interna, la consolidación del corredor de la costa y el patrimonio histórico como destino de explotación. En síntesis, encarnar y publicitar en los contenidos educativos, en las organizaciones de la producción y en la sociedad civil en general, reglas de juego institucional comunes, interiorizadas en los individuos a través de su formación, como condición de desempeño económico colectivo. Suena ideal pero es concretísimo.


La escuela es el centro de un proyecto moderno con vocación de prosperidad y equidad. La obligatoriedad de la enseñanza media pone en diálogo todos estos contenidos y trasvasa las paredes de las escuelas, para recordarnos la necesidad de acercar efectivamente al estudiante servicios esenciales de salud primaria, reproductiva y sexual, de transporte más barato, de acceso a tecnologías de la información. Desburocratizar y despolitizar los intentos de transferencia de saberes a ámbitos laborales, que han bastardeado las modalidades de prácticas y pasantías convirtiéndolas en prácticas clientelares o en abaratamiento de mano de obra. En una enorme mayoría de nuestros barrios, un joven no distingue un torno de un martillo, no sabe amasar pan y mucho menos cultivar un árbol frutal. Esto se agrava ante el condicionante de que, decenas de miles, tampoco estudian ni piensan estudiar. No digamos más.

Educar para el trabajo es cultivar el bosque. Discutir sobre inseguridad y pobreza como quien discute sobre el huevo y la gallina es chocarse de bruces contra el árbol. Mientras, persiste la vaga sensación de que, entre charla y charla, ni se encierra al ladrón ni se educa al más necesitado.


Matías Dalla Fontana


Fuente: El Litoral